Aunque existan instituciones que dictan normas de lenguaje, estas tienen poco poder si los hablantes no asumen los cambios y los incorporan de manera natural. Se ocupan más bien de recoger los usos y palabras que llegan para quedarse, sin dejar de ser garantes de una comunicación efectiva, por ejemplo, unificando algunas reglas.

El cambio lingüístico natural es muy lento, pero a la vez que la normativa es necesaria y puede apoyar la creación de nuevos conceptos y asentarlos en la lengua, también puede frenar esos cambios. La desactualización puede hacer que “la institución no llegue a estar al ritmo de la sociedad”.

Uno de los últimos fenómenos sobre los que se debate es el del lenguaje inclusivo, que busca ese género neutro con el que todas las personas puedan verse reflejadas en las palabras que utilizamos. Sin embargo, las expertas coinciden en que todavía no nos decantamos ni asumimos ninguna de las opciones surgidas, que pueden funcionar bien por escrito, pero que son difíciles de emplear en el lenguaje hablado.

En general, la "@" es la más usada, pero esto varía dependiendo del país e incluso de la palabra. En este caso, cree que una recomendación por parte de las instituciones normativas ayudaría, pero que el paso no llega a darse por la inviabilidad de las opciones en el discurso hablado.

Hemos cambiado la manera de atender, patente en la creación de contenidos troceados o vídeos cortos, y la manera de leer, en diagonal, y que todo eso se refleja en nuestro lenguaje. Al final, vemos la tecnología como una herramienta para estructurar y procesar nuestro lenguaje, pero también puede ser un medio para modelarlo, deformarlo o crearlo. La tecnología está presente el 100% del tiempo y cambia nuestra realidad, la misma que expresamos con el lenguaje.