Los sesgos que pueden tener los algoritmos, la invasión de la privacidad, los riesgos del reconocimiento facial y la regulación de las relaciones entre humanos y máquinas son retos que la IA necesita afrontar. Sin embargo, los intereses de gobiernos y grandes empresas llegan a ser más importantes que las buenas prácticas.
La
inteligencia artificial ya no es ciencia ficción, está en todas partes. Los
bancos la usan para saber si te van a dar un crédito o no y los anuncios que se
ven en las redes sociales salen de una clasificación llevada a cabo por un
algoritmo, que te ha micro segmentado y ‘decidido’ si te muestra ofertas una
cosa u otra. Los sistemas de reconocimiento facial, que utilizan aeropuertos y
fuerzas de seguridad, también se basan en esta tecnología.
“Las
máquinas no tienen una inteligencia generalista, tampoco hemos logrado que
tengan sentido común, pero sí disponen de inteligencias específicas para tareas
muy concretas, que superan la eficiencia de la inteligencia humana”, explica a
Sinc Carles Sierra, director del Instituto de Investigación de Inteligencia
Artificial (IIIA) del CSIC.
“Por ello, la
IA tiene un enorme potencial en la mejora de procesos industriales, el diseño
de nuevos medicamentos o para lograr mayor precisión del diagnóstico médico,
por citar unos pocos ejemplos”.
“Muchas
empresas están ahora creando comités éticos, pero lo han hecho más de una forma
reactiva que proactiva, tras las críticas recibidas”, dice Carles Sierra.
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